Ahora toca cumplir con la industria

Juan Suárez

EL GLOBAL

Coincidiendo con el arranque del nuevo curso político comienzan a vislumbrarse algunos indicios en la evolución de nuestra economía que invitan a un moderado optimismo. Conjurado definitivamente el fantasma del rescate, gobierno y oposición, por una vez y sin que sirva de precedente, coinciden en aventurar que lo peor de la crisis parece haber pasado ya.

Lo cierto es que hemos asistido en el pasado a demasiadas declaraciones por el estilo que han terminado revelándose precipitadas, así que tampoco es cuestión de lanzar las campanas al vuelo, pero los indicadores macroeconómicos parecen apuntar firmemente -si la situación en oriente medio, y un indeseado encarecimiento del precio de la energía, no terminan frustrando dichas expectativas- a que en breve podremos volver a la senda del crecimiento y a la creación de empleo.

La noticia, en todo caso, no puede llegar en mejor momento para una industria farmacéutica que se ha visto obligada a afrontar grandes sacrificios durante los últimos años, cargando sobre sus hombros una parte muy considerable del ajuste sobre el gasto público sanitario. Los próximos meses van a resultar ciertamente cruciales para el sector. El gobierno deberá aprobar el nuevo modelo de financiación de los medicamentos y productos sanitarios, dando cuerpo a sus promesas de dotar a la industria del tan necesario marco estable y predecible que le permita afrontar su actividad con cierta tranquilidad sin desayunarse cada mañana con un nuevo susto.

No será, desde luego, una tarea sencilla. A la hora de plasmar y definir con cierta precisión las nuevas reglas para la selección de los medicamentos y productos sanitarios que pasarán a ser financiados por el sistema, así como para fijar su precio máximo, nuestro gobierno deberá echar mano de toda su finura jurídica. En especial porque los incesantes cambios, parches y enmiendas, a las que se ha visto sometida un día sí y otro también la Ley 29/2006 durante los últimos años, han terminado por configurar un marco legal no siempre demasiado inteligible y no exento de contradicciones que tendrán que ser reconducidas mediante este desarrollo reglamentario.

En este contexto, y sin renunciar a la cautela que imponen los tiempos que vivimos, el respiro que puede proporcionar la evolución de la economía resultará vital para abordar con cierto sosiego, reflexión y visión de futuro las nuevas reglas del juego, sin la presión de las urgencias inmediatas con las que hemos tenido que convivir hasta ahora. Unas reglas que deberán conjugar y equilibrar la sostenibilidad futura del sistema con un retorno justo y adecuado para la industria radicada en nuestro país, de forma que ésta pueda ver reforzada su capacidad de influencia a nivel internacional y atraer así inversiones, lo que significa riqueza y empleo. Conviene, pues, que nos mantengamos bien atentos al desarrollo de este proceso. Todos y cada uno de nosotros, y no sólo la industria, nos jugaremos mucho en ello.

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